Su boca que era mía ya no me besa más, se apagaron
los ecos de su reír sonoro y es cruel este silencio que
me hace tanto mal.
Fue mía la piadosa dulzura de sus manos que
dieron a mis penas caricias de bondad, y ahora que la evoco
hundido en mi quebranto, las lágrimas pensadas se niegan a brotar,
y no tengo el consuelo de poder llorar
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